Eterna Metamorfosis

-No quiero saber de hombres por un tiempo, nada de amor, ni de ilusionarme, ni de esperar nada de nadie, necesito sanar. -75 días después sus brazos me rodeaban y como si se tratara de una crisálida yo sentía como mis alas volvían a crecer. 

No sabía como había llegado hasta ahí. Había creído, como siempre, tener todo bajo control. Era consciente de que estaba algo rota pero recordaba como bailar con prudencia en el borde del acantilado de los amores furtivos. Sabía disfrutar de una charla que viniera del corazón, sin tener que entregarlo. Sabía dar un beso inolvidable sin después añorarlo, conocía las técnicas para  disfrutar entre el ruido de los que dicen amar la libertad pero sueñan con alguien que se convierta en su "tatequieto". 

Estaba bien, sobrevivía contenta. Después de salir del agujero negro de una relación toxica. Hasta el aire de las discotecas y los bares parece más puro que el de tu antigua realidad. El baile, la noche, los amigos, la gente nueva, son la mejor anestesia mientras desinfectas la herida de un mal de amor. Pero seguía sintiéndome vacía. La energía que le había entregado a ese amor no regresaba.

Había dado tanto, y nada de lo que estaba viviendo me la regresaba. Podía salir, bailar toda la noche y al siguiente día seguir bailando porque la energía que me faltaba no era de la que recuperas con una buena comida y unas horas de sueño, la energía que me faltaba era la que llevamos en el espíritu y en el corazón. La que te da la fuerza necesaria para atreverte a creer en alguien más, la que te da las alas que necesitas para volver a ilusionarte, el tipo de energía que te llena de valor para tratar de conocer de verdad a alguien, esa energía fuerte y poderosa que te hace sentir que no solo puedes ser feliz si no que quieres compartirlo. 

-No soy perfecta, estoy cansada, no me siento emocionalmente disponible, no tengo nada que ofrecer, por ahora solo quiero pensar en mi. -mi triste discurso. Y de verdad lo creía. Lastimé personas valiosas con mis argumentos cobardes pero sinceros. Yo no estaba buscando amor, es más, por primera vez mi soledad no era oscura y fría, mi soledad irradiaba libertad, una libertad llena de luz y fuego.

Con lo que no contaba era con que la libertad brilla incandescente y se hace atractiva en la fría oscuridad del baile de los amores furtivos; la libertad es al ser humano como la luz a los insectos; atractiva y deslumbrante, te hipnotiza y te lleva a acercarte hasta quemarte. Una noche me encontré con una luz así, venía de él, y él también la reconoció en mi. Nos creímos superiores, "insectos" superiores. Y cada uno pensó que no saldría quemado. Y acá estoy tomando de sus besos y caricias la energía que creía agotada. Quemándome con la luz de sus ojos que no puedo dejar de ver. Y mientras me pregunto en que momento paso todo. Sonrió sin miedo. Porque aunque la luz me consuma y me queme, siempre vuelvo a volar, incluso más alto. 

Muchas veces en la vida encontramos el fin de una parte de nosotros en los mismos brazos o en el mismo lugar en que creímos renacer. Y está bien pues aunque duele tanto como llena el alma, siempre valdrá la pena. 



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