Los efectos del "quedirán"

Con un nuevo cartón colgando en la pared que me otorgaba un titulo y los ojos de la familia a la expectativa de mi siguiente movimiento. La presión y la tensión por empezar a hacer lo que creía que se esperaba de mí, me enloquecía. La idea de tener que salir a probarle a desconocidos con altos cargos que soy buena profesional, que hago bien mi trabajo y que ademas no cobro mucho porque soy consciente de mi lugar como recién egresada, me asqueaba. Traté, traté muchas veces de convencerme de que podía llegarme a gustar, que aprender de marketing no tenia porque significar aprender a convencer a la gente de tener algo que realmente no necesita, traté de convencerme de que en los puestos en que me ofrecían administrar redes sociales no iba a sentir que malgastaba cada día de mi vida corriendo detrás de montones de likes. Traté de convencerme de que vivía en la ciudad ideal para ser exitosa, ignorando por supuesto el horrible trafico, inseguridad y absurdos precios. Traté de entusiasmarme con la idea de aguantar, aguantar un tiempo hasta un ascenso, hasta una mejor oportunidad, o aún mejor hasta acostumbrarme, como al parecer la mayoría logra.
Irme, irme del país, eso si que sonaba como un buen plan, irme lejos a estudiar, por supuesto, esa es la formula para el éxito ¿No? un posgrado me daría más tiempo para averiguar que quiero hacer con mi vida. Y ademas es con lo que todos sueñan. Dejar este país "tercermundista y violento, porque lo de afuera siempre es mejor, más bonito, aún mejor si conozco un extranjero, porque esos si que son buenas parejas, que importa si los que he conocido han sido vanidosos y egocéntricos, extranjero es extranjero." ¿No? Pero no me iba, por más capaz que me sentía de convencerme de que era esa la mejor opción un nudo en la garganta me impedía gritar lo contrario, lloraba sin razón, todos emocionados celebraban mi grado y yo por dentro con un tempestad que me ahogaba en angustia y miedo. Por primera vez desde después de años y años de ser una estudiante con un propósito, graduarme, por primera yo llevaba el timón y sentía que naufragaba sin saber hacia dónde ir. -¿Por que estudiaste esto entonces? Me preguntó alguien a quién le solté todo este drama.-hemmm hmmmmmm...y por fin lo supe. Tenía 16 años como iba a saber a que quería dedicar el resto de mi vida. En ese momento lo dije como un excusa que justificara mi evidente error en la elección de mi carrera. Pero la pregunta y la respuesta se quedaron en mi cabeza. 

Por esos días conseguí un trabajo que sonaba ligeramente más tentador que las demás opciones, interprete bilingüe desde mi casa, convencida de que lo importante era ganar mas y que al menos no tenia que salir de casa, elegí la opción de contrato en la que debía trabajar más horas, porque al menos iba a ganar más que mis compañeros recién egresados aunque no fuera en algo relacionado con la carrera, porque con algo tenia que compensar mi miedo a decepcionar a mis conocidos.
El horario era imposible aunque fuera desde casa, jornadas de 9:00 a.m. a 7:30 p.m., con llamadas que no se detenían, sin tiempo para siquiera ir hacer pis. Reduje el contrato a la mitad del tiempo, sabiendo que ganaría menos pero también segura de que tenia cosas por resolver en mi vida y que sin tiempo para pensar no resolvería nada, al contrario no demoraría en enfermarme. Entre llamadas y llamadas del trabajo sentía que ayudaba, sentía que personas enfermas a miles de kilómetros por fin podían describir con detalle el dolor que padecían y que no habían podido comunicar por no saber el idioma. "Gracias señorita, llevaba meses sin poder explicar bien lo que siento, realmente aprecio su ayuda, gracias, el dolor es insoportable y ahora me van a ayudar de verdad".
Y como un rayo llego a mí el recuerdo de una niña de 16 años incluso más pequeña, muy pequeña, una niña que sonaba con ayudar, con hacer de ese mundo que decepcionaba constantemente, un lugar lleno de oportunidades para ayudar, ayudar con sus letras, ayudar con su baile, compartir, compartir con otros algo de la suerte que desde niña la acompañaba, recordé las ganas de esa niña de a través de la comunicación social, dedicar su vida a otros. La niña de 16 años no estaba equivocada respecto a lo que quería, la que estaba perdida era yo, la de 24, porque hacerte adulto no te hace tener más claro lo que quieres te hace más vulnerable a olvidarte de lo que realmente te apasiona y convencerte de que eso con lo que todos creen soñar es lo que tú también quieres. Fue como un baldado de agua helada, me tomo por sorpresa pero me despertó. Estaba asustada, tenia miedo, pero no era miedo a fracasar como yo creía era miedo a ser infeliz por dedicar mi vida a cosas en las que realmente no creía, cosas que en el fondo me forzaba a creer que eran lo que deseaba. 

Había olvidado por completo lo que me movía, lo que me apasionaba a mí, antes de darle tanta importancia a los demás, antes de pensar que por tener muchas cosas o viajar lejos sería feliz. Antes de pensar que por ser una mujer de esta época debía soñar con algo más que formar una familia y ser mamá. Me di permiso de recordar, de soñar lejos de los ojos de los demás, lejos de la venta de sueños vacíos, de publicidad engañosa y sonrisas falsas junto a cosas caras.
Me di cuenta de que la mejor manera de saber lo que realmente quería para mí, o que realmente me haría feliz era recordar a lo que jugaba de niña, recordar mis sueños de infancia, oh sorpresa, ninguno tenia algo que ver con puestos de trabajo que tenían como máximo objetivo las ventas o la aprobación del jefe, o con salarios altos y cosas caras, o viajes al extranjero.
Yo jugaba a la profesora, a enseñar a leer, yo contaba los días para ir con el grupo de ayuda social de mi colegio a visitar a familias que vivían hacinadas en pequeñas casas de teja, yo era feliz cuando junto al grupo de danzas visitaba el ancianato y daba mi mejor sonrisa para ver esos rostros tristes y abandonados iluminarse por unos segundos. Yo jugaba a la casita en una pequeña casa de muñecas y nunca me fijaba en cuantos metros cuadrados tenia, me ilusionaba porque jugaba a que yo vivía ahí y era acogedora y eso era suficiente. Nunca soñé con fama y fortuna, eso vino después con la necesidad de aprobación. Yo soñaba con sentirme tranquila y feliz, con escribir un libro, con tener un bebe, con vivir en un lugar tranquilo donde la gente sonriera al pasar, como el lugar donde crecí. Yo no soñaba con un extranjero, nunca me intereso la nacionalidad del que soñaba sería mi esposo, pero sí quería un príncipe porque quería que me tratara como una princesa y que él mereciera ser tratado igual.
Con esto aquí escrito, no quiero que alguien que ame su carrera, las ventas, el marketing, las redes sociales, etc, sienta que lo estoy atacando o criticando, ni mucho menos pretendo insultar a mis colegas. Mi intención es que por uno segundos traten de recordar a que jugaban de niños y con lo que soñaban, y tengan en cuenta lo rápido que pasa el tiempo, para que no dejen para después, para cuando ganen más, para cuando estén viejos, el ser felices. No vale la pena sacrificar los sueños propios, olvidarlos o ignorarlos, a cambio de la aprobación de los demás. Si nos aprobamos nosotros mismo y nos aceptamos, a los demás no les queda más que mirar de lejos lo felices que somos.



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