Resbalón familiar

El frío es diferente, parece que rebota en la nieve junto con el sol para hacer que todo brille más. Nosotros con varias capas de ropa encima no decidíamos si hacerle caso al sol y ponernos el bikini o mejor a la nieve y dejarnos los guantes, el gorro y la ropa interior térmica, no divagamos mucho en ello, en lo único que podíamos pensar era en estar sobre una tabla y por fin deslizarnos sobre esas frías y brillantes nubes.

El monte Hermon es hermoso,  como Colombianos acostumbrados a nuestros paisajes llenos de tonalidades de verde, llegar y encontrar un paisaje lleno de un blanco luminoso te aturde y emociona hasta las lágrimas.

Lo mejor fue pasar dos días increíbles con mi familia. Cada pequeño detalle, ahora representa un recuerdo invaluable, desde habernos ayudado unos a otros a ponernos los equipos, hasta tratar de darnos consejos para no caernos tantas veces.

Lo mas mágico después de la nieve, fue ver como papá y mamá, ser convertian en dos niños más, y nuestra familia parecía un grupo de amigos, encontrando en cualquier espacio razones para jugar.

Uno de mis hermanos llevaba a mamá de la cintura para ayudarla a mantener el equilibrio. Papá subió y bajó la montaña más veces de las que pude contar. Otro de mis hermanos, con su natural agilidad para los deportes, se especializó en grabarnos mientras él también montaba. Y yo, no paraba de pensar en que jamás me cansaré de la forma en que se acelera el corazón cuando sientes que vas más rápido de lo que crees que puedes controlar.

Esquiar para mí, desde la primera vez, a significado una experiencia especial, hace que sienta al mismo tiempo dos emociones aparentemente opuestas, por un lado el corazón se me acelera cuando siento que voy cada vez mas rápido, pero al mismo tiempo me es imposible no suspirar y relajarme sintiendo el viento en la cara y la suavidad de la nieve bajo los esquís, creando una deliciosa lucha por frenar antes de perder el control, o dejarte llevar por la tentadora gravedad.

Al terminar el día comenzamos a bajar de las nubes, y como siempre pasa al bajar del cielo, empecé a ser consciente. Me había roto varias uñas, el agua se había metido a mis medias, sentía agujitas en los dedos de los pies, y los golpes en la cola empezaban a incomodar. Todo apuntaba a que había disfrutado, lo había dado todo y  había sido tan feliz que ni siquiera había notado el dolor. 

 La vida debería ser un largo resbalón sobre la nieve.