United Colors of Jordan

Su profundo color, su majestuosa extensión, el viento incesante que acompaña ese aroma a naturaleza, une a esos que parecen tan diferentes: el  Mar Rojo y el desierto de Wadi Rum. No hablo de una unión necesariamente física, si no esa inevitable idea que inundaba mi mente al contemplarlos, ambos tienen que venir del mismo lugar y uno y otro se pertenecen.  Dos paisajes tan diferentes, pero tan majestuosos, imponentes y profundos, no pueden ocultar su familiaridad.

Antes, no había estado en el desierto. Y tampoco sabía que vendríamos, pero acá estamos, en la parte de atrás de una camioneta 4x4, avanzando entre las dunas, que parecen las olas del desierto.


Nos detenemos, nos quitamos los zapatos y subimos descalzos por una gran “ola”. Hay una gran piedra, es intimidante, el desierto, la altura del lugar al que hemos subido, el amarilloso anaranjado de la arena en la que hace un momento se hundían nuestros pies.  Y solo pienso, majestuoso, la misma palabra que siempre viene a mi mente al contemplar el mar.

















Se nos agotó el tiempo debemos bajar, parece que acá no termina nuestra arenosa aventura. A la vuelta de unas cuantas dunas aparece una gran grupo de camellos, cual cardumen de peces en plena inmersión. Definitivamente estos dos si que se parecen.

Es hora de montar a camello, por primera vez me encuentro cara a cara con esos animales que solo había visto antes en el pesebre de la casa cada navidad. Algo en su cara me recuerda a una llama. Al subirme y el camello ponerse en marcha, la gran altura del animal me asusta un poco.

Un hombre encabeza nuestra caravana de turistas a camello, usa un turbante y por primera vez no me parece que lo usa para ocultar algo, si no para protegerse de la arena y el sol.  Avanzamos y la extraña calma de los camellos parece ser contagiosa, observo como sus patas se plantan sobre el piso a cada paso, los callos de lo que parecen ser sus rodillas (si es que tienen) sus largas pestañas y grandes ojos, son tiernos estos flacos jorobados.




Nuestras piernas dejan de estar descolgadas a cada lado del animal pues instintivamente las cruzamos sobre él y el “ride” se hace mucho mas cómodo.  Nos rodean imponentes montañas , nos cubre un esplendido cielo azul y la arena parece hacerse mas blanda bajo las patas de los camellos.



Termina nuestro camino a camello, no sin antes pegarnos un sustico al acostar el camello, para poder bajarnos, definitivamente lo nuestro es el caballo o hasta la llama, el camello nos queda grande.

Continuamos nuestro viaje para encontrarnos con el Mar Rojo y no es rojo, es de un precioso azul. Un azul brillante, una inmensa extensión  un delicioso viento que lo hacen.. ¿adivinen que? Majestuoso. De la arena, al agua,  del agua a la arena. Si lo opuesto del mar es el desierto por que son tan espléndidamente parecidos.


En este viaje fuí feliz en un país con una religión y una cultura diferente. Vi sus niños, vi directo a los ojos de su gente, probé sus platos , oí su lenguas, bailé sus cantos, fui feliz y me pareció hermoso.




Al regresar Israel resplandecía, lo había extrañado. Su color, su territorio, su lengua, su cultura. En mi se unieron esos que parecen tan diferentes. No hablo de una unión necesariamente física, si no esa inevitable idea que inundaba mi mente al contemplarlos, ambos tienen que venir del mismo lugar, y uno y otro se pertenecen.  Dos paisajes tan diferentes, pero tan majestuosos, imponentes y profundos, no pueden ocultar su familiaridad, son espléndidamente parecidos.






Comentarios

  1. Sencillamente MARAVILLOSO
    Por que te conozco como a la palma de mi mano y se de lo que estas hecha, quedo completamente ensimismado con tu relato, descripcion sensual y delicada de sitios que evocan recuerdos, historias y sueños. Espero recorrerlos de nuevo en tu compañía
    Gracias

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