Desde una terraza en Estambul

Mi Juli

Te va a gustar, yo la admire por hacerme sonreír, suspirar y aliviar la tristeza con la que llegue. Las cosas se acabaron entre él y yo. No, en realidad no se acabaron, pero yo decidí dejar de estar a su lado aun con ganas de quererlo. Y Estambul apareció como la salida de emergencia, aunque la atravesé con la carga de aceptar el dolor que yo escogí desde que empecé a quererlo.

En la madrugada te despertará el canto del almuecín, la llamada a la oración de los musulmanes. No era la primera vez que lo escuchaba pero ese extraño cantar que antes me pareció molesto y desentonado. Esta vez fue para mí preciosamente melancólico, una triste poesía. No sé a ti a qué te vaya a sonar, pero seguro que no te hará gracia que interrumpan tu sueño, dormilona.

Santa Sofía, ahora museo y mezquita, antes basílica patriarcal ortodoxa. El recinto es interesante no importa la religión que se profese dentro de el.  Antes me sentía un poco así Juli,  como algo que se construye y destruye con el paso de quien la “conquiste”. Pero esta vez es diferente, esta vez tengo tan claro lo que quiero ser que puedo destruir incluso algo hermoso con tal de ser lo que yo quiero.  Me siento  mal por no poder escribirte un informe que te haga enloquecer de amor por Estambul, pero te extraño, y hace tanto no te cuento lo que pasa en mi vida que cada renglón me tienta a llenarlo con todo lo que he reflexionado, sin él, sin ti, y cuando no me reconozco, sin mí.

La mezquita azul, toda una experiencia sólo entrar. Tú sabes como aborrezco el machismo, me pongo como una loca si siento que alguien o algo es injusto y más si eso tienen que ver con ser mujer. Ese día usaba falda larga y blusa de manga larga para evitar tener que cubrirme por orden de alguien más y no por expresa decisión mía. Porque yo me tapo toda si quiero pero porque yo quiero, no porque me toca. Primero te pedirán que te cubras la cabeza, lo hice, sin rechistar al fin y al cabo yo era la que estaba curioseando en su religión y a donde fueres has lo que vieres. Cual sería mi disgusto cuando tras quitarme los zapatos, cubrirme la cabeza y por fin estar a punto de entrar un señor con pinta de policía me ordena regresar al lugar en donde prestan las sabanas para las mujeres y ponerme otra sobre la falda. Te juro Juli que estaba echando fuego, la diplomacia se me fue al traste y me di la vuelta furiosa sin siquiera mirar al tipo a la cara. Pero lo hice, cabeza cubierta, descalza y falda sobre la falda, entre a la Mezquita Azul. Repitiendo una y otra vez que definitivamente me declararía oficialmente atea.

Siempre hago eso Juli, ¿sabes?  Cuando algo me molesta, sea un detallé o no, sólo pienso en renunciar del todo a él. En no ser nada si no puedo ser todo. No concibo el agua tibia, o me congelo o me derrito, creo que me estoy congelando.  Volviendo a la Mezquita, adentro viendo tantas personas orando, tantas otras curioseando y encontrando una paz que pocas cosas proporcionan, entendí que no puedo entender siempre el por que de las cosas, y que además no siempre es necesario entenderlas, si al preguntarte si eres feliz la respuesta es si, cúbrete toda, no comas carne, rapate la cabeza,  pero entrégate a lo que te apasiona y deja a los demás hacerlo también.

Mi lugar favorito fue La Cisterna, es un deposito subterráneo de agua, pero el deposito subterráneo de agua más romántico que he visto. Las luces en los pies de las columnas dan al lugar el tono de las velas de una linda velada. Es fresco y te hace olvidar los casi 30 grados centígrados del exterior.  Desde que entre me acorde de una película que me gustaba mucho, el fantasma de la ópera, extrañamente no recuerdo bien la película pero sé que tiene que tener escenarios, diálogos y personajes, que me produjeron la misma sensación en la cisterna, una mezcla de amor, frío, misterio y tristeza.

Mi Juli es obvio que Estambul sufrió los estragos de mi perspectiva empobrecida por el desamor, pero también tienes que aceptar que esto del despecho hace que mis dedos bailen en las teclas con algo más de elegancia y palabrería que de costumbre.

El informe, que es más carta que informe pero más confesión que carta, no puede terminar sin decir que los turcos son alegres, hablan duro y manotean, son los mejores vendedores que he visto, la mayoría de ellos habla más de tres o cuatro idiomas (conocí uno que habla 7), son hospitalarios y buenos anfitriones, preparan el mejor té de manzana del mundo, y cualquier ocasión es buena para ofrecerte uno, con mucha azúcar eso sí. Hasta comprando un helado te toman del pelo, pero no te rías mucho, son unos fanáticos empedernidos de la belleza de la mujer, y si le gustas deja de existir el "prudente espacio personal" o la "inteligencia emocional" (a mí uno me acaba de pedir matrimonio desde la ventana de lo que parece una fabrica). Estambul me hizo sonreír entre lágrimas y esas sonrisas son más valiosas que muchas carcajadas. 

 

Te adoro y como puedes ver, Estambul y yo te estamos esperando.

Tu prima, hermana y amiga.

Eres de lo más valioso en la colección de mi vida.