Volví con ella.
Hablemos de la
tusa. ¿Debemos llorar? ¿Si no lloramos estamos en modo negación? O peor aún, ¿Significa
que no nos importaba realmente la persona con la que estábamos?, ¿Cuánto es el
tiempo prudente antes de darnos la oportunidad de conocer a alguien más? ¿Es
mejor quedar como amigos, odiarnos o ignorarnos? ¿Cómo saber si realmente estábamos
mejor con esa persona o si es solo el miedo a estar solos? ¿Tequila, helado o
una ensalada? ¿Gimnasio o pijama? ¿Tinder o el amigo del novio de mi amiga? ¿Lo
llamo, le escribo o lo bloqueo? Y las preguntas continúan hasta que al final
prefieres seguir en piloto automático y esperar a ver qué pasa.
No tengo ni idea
cual es la fórmula para una tusa bien llevada, ya saben…”cada persona es un
mundo” y blablablá. Pero lo que puedo decir después de haber pasado por todas y
cada una de esas preguntas, es que el mayor reto no es lo que decidas hacer o
no con tu relación fallida o, mejor dicho, con lo que te quedo de ella. Lo más
complicado es no saber qué hacer con la relación contigo misma, esa en la que
no pensabas desde que lo conociste.
Yo me sentí como
regresando con el rabo entre las patas, con vergüenza de mirar para adentro y
aceptar que me había olvidado de mí. Y que como siempre “Mi” estaba ahí, para mí,
a pesar de todo. La mayoría de las veces nos embarcamos con afán en la aventura
de buscar quien llene el vacío evadiendo a toda costa luchar por esa única relación
a la que siempre estaremos atados, querámoslo o no, la relación con nosotros
mismos.
Música fuerte,
mejor si es de despecho, memes todo el día y mejor si encierran indirectas de
esas que nos producen satisfacción al darles like, mensajes vacíos a gente x
con tal de sentir que alguien aun nos escribe, tratando de ignorar el hecho de
que ahora dura todo el día la batería del celular porque no entran llamadas ni
de la abuelita. Un loco frenesí y una carrera por llenar un vacío con lo que
sea comida, alguien, cosas, etc. Todo con tal de no sentir la soledad, de no
tener que pasar tiempo con uno mismo, porque nada más incómodo que tener que
pasar tiempo a solas con alguien que no conocemos.
Noches llenas de
un silencio incomodo, una tensión horrible en el cuarto frío y solo, en el salón
frío y solo, en el restaurante frio y solo, porque créanme cualquier lugar
parece frío y solo cuando estamos tristes, no es cuestión de cuanta gente hay.
Y entonces preferimos cualquier conversación insulsa, antes que tener que
enfrentarnos con nuestro dialogo interno, un dialogo desastroso escrito por el pinché
guionista cruel que hemos creado a punta de escenas de películas, comentarios
de amigos y creencias que realmente no sabemos de dónde vienen, en donde nos
condenamos a la tristeza, al cliché del joven despechado, ese que nos hace
llorar la mayoría de las veces, nos culpamos de todo lo malo y como siempre
pasa en el silencio, en la soledad, nos re conectamos con nuestra imaginación y
a la muy creativa le fascina el drama y nos monta toda una película hasta con
efectos especiales en donde aparece el susodicho ex feliz con otra. Y llega el
llanto inconsolable, y aun peor, el insoportable vacío emocional que parece
convertirse en un vacío físico en la mitad del pecho.
Y tras toda esa
cortina de humo de emociones agobiantes, sentado y casi totalmente asfixiado, nuestro
verdadero yo, ese niño, esa niña, que siempre espera que lo recordemos, sentado
en una esquina del subconsciente esperando que lo invitemos a jugar, a vivir, a
hacernos compañía, a conocernos de nuevo y a darnos otra oportunidad. Y el niño
espera…y lo ignoramos, no lo recordamos o peor aún, tenemos miedo de lo que nos
pueda decir, porque como todos saben “los niños nunca mienten”.
Un mes largo me
ha llevado reconciliarme con mi pequeña niña, tuve que aceptar que me había olvidado
de nuestros sueños, tuve que pedirle perdón por amarlo más a él, me llevo
varias noches poder sentarme solo con ella a cenar, leer un libro y acostarme a dormir sin sentirme sola, pero valió la pena. Desde
que decidí escucharla de nuevo, he recordado como es reír y llorar con ganas,
con razón y sin razón, sin sentirme avergonzada por hacerlo, he vuelto a hacer
lo que quiero, lo que siento y no lo que creo que todos hacen o esperan que haga, conozco personas
cada día, como hacía de niña en el parque antes de que tantas normas y miedos
nos ahogaran la espontaneidad. Además lo he perdonado y me he perdonado, los
niños son los mejores maestros respecto a las cosas más importantes de la vida,
aman, perdonan, olvidan, ríen, lloran, viven, aquí y ahora.
Dios! eres maravillosa, que dicha es volver con ella. Me encantó
ResponderBorrarExcelente Ale, me sentí muy identificada.
ResponderBorrarDe acuerdo con todos los detalles que describes. Fantástica reflexión, hay que esforzarnos un poquitico más para trabajar en nuestro ser. Saludos.
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