Punto de no retorno.

-Llegaste al punto de no retorno. Decía mi mamá, cuando finalmente me decidía a ordenar mi cuarto. El cual, normalmente, no permanecía, ni permanece, ordenado por mucho tiempo, pero cuando decido organizar, lo hago como si mi vida dependiera de ello. Paso de tirar todo y dejarlo como caiga, a dejar mi cuarto estilo minimalista, con apenas las cosas que necesito. En esa transición, justo en la mitad, cuando ya llevo un rato ordenando, pero aún me queda mucho por arreglar, mi mamá asoma la cabeza, y me dice, -Estas en el punto de no retorno, si paras te queda desordenado pero aunque no parezca ya has avanzado.

Pues bueno, estoy en un punto de no retorno en mi vida. Ya comencé a ordenar, no estoy como cuando empecé, pero aún me falta. Hace un tiempo entró el desorden cuando salió de mi vida alguien que me importó mucho. Con él las cosas no estaban siempre en orden, pero cada recuerdo que guardamos, cada sueño que inventamos, lo atesorábamos, a veces cosas que incluso no cabían, o no combinaban con nosotros, planes demasiado lejanos, sueños demasiado grandes para el presupuesto, para las circunstancias. Pero era nuestro, y un desorden compartido es un hogar, un desorden en soledad es tristeza.

Él salió, y yo, inconscientemente, me llene de afán por llenar los vacíos que dejó. De cada rincón de mi vida, trate de sacar, los sueños y recuerdos que habíamos guardado juntos. Sin darme cuenta de que esos se quedan para siempre y se convierten en parte de la decoración, de quienes somos. No lo sabía, así que me llene de excusas que me mantuvieran ocupada, -Tengo que conseguir trabajo, -Mejor me compro un perro,-Salgamos a tomar, -Quiero conocer a alguien. Lo que fuera necesario con tal de no tener que sentarme a organizar, con tal de no tener que ver de frente lo que él olvidó empacar el día que se fue. Ni los espacios vacíos de las cosas mías que se quedaron con él.

La rutina, el trabajo, todos los “tengo que”, “estoy ocupada”, “no me queda tiempo”. Eran mi paquete de excusas para seguir adelante, sin avanzar. Con el tiempo el paquete de excusas, aunque se estaba quedando vacío, se hizo pesado.

Como suele pasar con mi cuarto cuando esta desordenado, llegué al punto en que no podía caminar sin terminar dándome un golpe. Así que la decisión me costó un par de moretones, sé que también lastime a otros y lo siento. Hubo un día en que recordé que en una época me había sentido genuina y completamente feliz, corrí a buscar ese recuerdo, que me diera una pista para volver a sentirme así, pero con tanto desorden terminé suponiendo que lo había perdido o tal vez que lo había tirado, y no lo recordaba, o peor, que me lo habían robado.

Y así, el cuarto de mi vida se convirtió en el lugar que más evitaba. En la oficina, en la universidad, en el gimnasio, me sentía mejor, o al menos no sentía, porque estaba distraída, porque no tenía que ver para adentro y sentirme incomoda.

Hace un tiempo, comencé a ordenar, realmente no fue una decisión consciente. Tuve un momento libre, un rato sin un “tengo que”, y sin pensarlo, asome la cabeza. Vi el desorden, montones y montones de momentos y promesas cubiertas de polvo que mezcladas con las lágrimas, se habían llenado de un moho que las deformaba, haciéndolas parecer horribles, haciéndolas parecer malos recuerdos.Estornudé, me di cuenta de que ya llevaba días sintiéndome enferma, pero lo había ignorado. Todo ese desorden me estaba intoxicando, me producía alergia y hacia que cambiara de humor constantemente y sin razón. Estaba enferma, estaba triste, me había descuidado y era momento de aceptarlo y hacer algo al respecto. Levanté un recuerdo, el primero que encontré. Estaba preparada para que me temblaran las piernas, para que los ojos me comenzaran a llorar sin parar, estaba esperando ese vacío físico y emocional que se me abre en la mitad del pecho cuando estoy cerca de algo que no quiero aceptar. Estornudé, pero nada más ocurrió. Me sorprendí, y en un arranque de renovado valor limpié el moho de la imagen. Detrás estaba la verdad. Había sido feliz. Los dos lo habíamos sido. Y justo en el momento en que creí que el ataque de rinitis vendría, y saldría despavorida de ese caos, sonreí. Me di permiso de recordar, de pensar en él sin dolor, sin tristeza, sin arrepentimientos. Y me sentí, bien. Como cuando era niña y arreglaba mi cuarto, terminé sentada sobre el desorden, escarbando con curiosidad. Quería ver que otras cosas lindas había olvidado que tenía. Quería disfrutarlas, organizarlas, que mi cuarto se viera bonito, cómodo, mío.


Y acá estoy en el famoso punto de no retorno, ya organicé una parte, pero aun es mucho lo que me falta; pero menos que cuando empecé. Mientras organizaba encontré cosas preciosas, que había guardado, incluso antes de él, recuerdos con personas valiosas que en su momento también me desordenaron la vida, encontré la sensación de calma que adquirí hace un par de años en un país muy lejano, al que viajé, recordé que allí empaqué en mi maleta, el saber disfrutar del tiempo libre, encontré la enseñanza que viví ese año, cuando me di cuenta que siempre buscamos algo que hacer afuera para evitar todo lo que hay por hacer dentro de nosotros mismos. Recordé una promesa, una que me había hecho a mí misma acerca de no olvidar el valor de tener tiempo para “no hacer nada” porque es cuando entiendes todo. Me recordé diciéndome a mí misma, "cuando regreses a la vida real, cuando conozcas a alguien, cuando tus estudios y la vida en general continúen, no te olvides de las “pausas activas”, no te olvides de apagar el piloto automático, no te olvides de no acostumbrarte a lo que tienes, de agradecer" encontré un baúl inmenso lleno de cosas que aprendí durante un año enteró en que creí que iba a perder tiempo valioso para graduarme rápido, para trabajar pronto, para “vivir” con afán. No he terminado con el baúl y aún quedan un par de cajas, el famoso punto de no retorno, ya no vuelvo a atrás, tengo que terminar para poder echar mano de tantas cosas valiosas que tengo y enfrentar mejor y más feliz la vida y, por supuesto, para hacerle espacio a lo que está por llegar.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Jerusalén y Belén, cuanto pesa su historia en mi colección

Ma Chérie Paris

"Lo siento, perdón, gracias, te amo"